miércoles, 25 de enero de 2012

JAVIERA MARCHANT: “ESTOY ENFERMA DE DICTADURA” LA HIJA DE HUGO MARCHANT CUENTA COMO FUE SU VIDA FRACTURADA POR LA DICTADURA.



Javiera Marchant: “Estoy enferma de dictadura”

JAVIERA MARCHANT: “ESTOY ENFERMA DE DICTADURA”

La hija de Hugo Marchant logró pisar las calles de Chile junto a su padre después de 19 años, tras 2 intentos frustrados y una orden de la Suprema que le permitió estar en el país sólo durante 15 días por razones humanitarias. Tiene 29 años. Su enfermedad se llama dictadura y su historia es la de una generación fracturada.


Miércoles 25 de enero de 2012| por Nancy Arancibia - foto: Esteban Garay
Llegada a Chile de Hugo Marchant Foto Patricia Andrea Patcis.
Javiera Marchant Aedo (29) no tiene dudas sobre el nombre de lo que vivió, porque su cuerpo es la geografía de una dictadura que no terminó en 1990 y cuyos efectos se sienten hasta hoy. A los 8 meses es tomada presa con su padre, el mirista Hugo Marchant, para torturarlo. Aprende a caminar en la cárcel y a sobrevivir con el agobiante temor de que le avisen que mataron a su papá. Es lo que más quiere en la vida, pero aún así no lo cree santo, sabe que usó armas y sabe por qué está cumpliendo condena.
Tenía 9 años cuando en 1992 salió a bordo de un avión con su familia rumbo a Finlandia, luego que a su padre –tras 9 años en la Cárcel Pública- le conmutaran la pena de presidio perpetuo  por el crimen de Carol Urzúa por la de 25 años de extrañamiento. Allí desarrolla los síntomas de lo que llama la segunda generación, la de los hijos de los exiliados, ejecutados y desaparecidos políticos de la dictadura.  En entrevista exclusiva a Nación.cl, abre su intimidad y el desgarro que le provoca un país al que no perdona. “Mi cabeza me la cagó la dictadura”, confiesa.
Luego de 19 años en el extranjero, su  padre, tras 2 intentos y una orden de la Corte Suprema que le permitió estar en Chile, logró ingresar en enero durante 15 días por razones humanitarias. Abandonó el país el 12 de enero, luego de una intensa actividad familiar y política, que incluyó su participación en el envío de un proyecto de ley para terminar con la pena de “extrañamiento” el 4 de enero. Fue el regalo de cumpleaños de Javiera. El otro regalo fue el que ha ensayado en su cabeza durante demasiados años: caminar por por primera vez en las calles de Chile la mano de su padre.

EN LA CÁRCEL A LOS 8 MESES

“Cuando entré a la cárcel, tenía 8 meses. Aprendí a caminar como a los 9 meses y medio, entre 2 camas. Salí de la cárcel dando mis primeros pasos. Estuve dos meses en la cárcel con mi mamá, la mayor parte del tiempo sin comunicarnos. Mi hermano Pablo (de 4 años) estuvo días o semanas".
-  Tu papá fue apresado pocas semanas después del atentado a Carol Urzúa el 30 de agosto de 1983. ¿Qué recuerdos tienes de ese momento?
-Nos tomaron detenidos a todos juntos. Íbamos caminando por la calle, mi papá, mi mamá, yo en el coche y mi hermano Pablo, que tenía 4 años. A mi papá lo echaron a un furgón y a mi mamá en otro y a nosotros, los niños, en otro. El Pablo dice que yo lloraba y lloraba.
"El Simón (de 7 años) estaba en la casa y cuando escucharon que nos habían tomado presos, por miedo a que intentaran buscarlo, estuvo escondido en el entretecho de una vecina durante días. Fueron a la casa y no lo encontraron.
"Sé que mi papá estuvo detenido e incomunicado, pero no sé por  cuánto tiempo. Estuve con mi mamá, hay fotos de ese tiempo (ver fotos). Tengo una foto con otra guagua en la cárcel".

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Su padre estuvo en varias oportunidades en huelga de hambre. Foto gentileza de Javiera Marchant.
- ¿Cuántas veces a la semana ibas a la cárcel?
-No recuerdo bien. Estaba en la Cárcel Pública en los primeros años. Entrábamos al patio, lleno de carpas hechas de frazadas y palos, como un laberinto. Era súper entretenido, uno corría y lo pasaba bien con los demás cabros chicos que iban a ver a sus padres. Mientras los adultos conversaban de política y tenían sus reuniones súper importantes (lo dice con ironía), nosotros jugábamos. Si nos encontrábamos una carpa vacía, era nuestra. Más de una vez nos tocó abrir una y encontrarnos con una pareja pololeando. Después, en algún momento pudimos llegar hasta la galería y celdas.
Me sabía mover allí, conocía las reglas: no confiar en nadie, que los reos comunes eran peligrosos, que los pacos también, que en el quiosco vendían yogurt y galletas a $400. Mi papá hacía artesanía, en algún momento pudieron tener una computadora y empezó a estudiar computación  y a enseñarles matemáticas a los demás presos políticos. A los 7 años me enseñó computación.
- ¿Cómo era tu relación con él?
- ¡Es mi papi, po’! Siempre he tenido una buena relación con él.
- ¿Le debes haber preguntado por las razones para estar preso, qué te respondía?
- Por luchar en contra de la dictadura.

“Yo iba a las manifestaciones con mi mamá y hacía todo lo que una niña de 7 años puede hacer, repartía panfletos, que mi hermano llamaba “completos”. A pesar de todo eso mi papá no salía en libertad. Me declaré atea a los 7 años, porque decía: ¿si existe dios, por qué no deja que mi papá salga en libertad?
En el ‘92, cuando mi papá salió de la cárcel, con mi lógica de 9 años, se cumplió mi deseo, y me dije, de ahora en adelante tengo que ser feliz. Pensé que si no era feliz es culpa mía. Y no, la cosa no es así”.

EL SEÑOR DICTADURA


- ¿Qué recuerdas de lo que entendías de la dictadura en ese momento?
-Dictadura para mí eran los pacos. Aprendí que yo era de los del No, pero que había gente del Sí y no entendía por qué. Sabía que la gente más ignorante, la más pobre, igual que los más ricos, era toda de Pinochet.  El pueblo era del No (...)  Yo decía que por culpa de Dictadura yo no tenía mi nombre y por culpa de Dictadura, mi papá estaba en la cárcel.
- ¿Dictadura era como una persona?
-Era el miedo. El miedo de que mataran a mi papá. Era la culpable de que mi mamá tuviese que trabajar tanto, después estar en reuniones, y que a veces no llegara a la casa porque la habían tomado detenida. El gobierno era dictadura. Todo lo bueno era de izquierda y todo lo malo era de derecha.
“Hasta hoy, si veo a alguien de derecha lo tomo como algo personal. Es como decirle “por tu culpa, mi papá estaba en la cárcel” y sé que no, pero…

LAS TORTURAS A SU PADRE


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La relación padre e hija fue intesa a pesar de verse en los pasillos de la cárcel. Foto gentileza J. Marchant.
“Por muchos años no entendía por qué estuve en la cárcel, no me cabía en la cabeza. A los 16 años me enteré que a mi papá le habían dicho: “usted conoce a su compañero tal y tal” y él dice “sí”. “¿Sabe que tiene una hija de tantos meses, sabe lo que le pasó a la hija?”, le preguntan. Mi papá dice que sí. A la hija la habían torturado delante del compañero. Y el tipo que preguntaba le dice a otro algo así como “anda a ver a la niñita, a la guagua” (en referencia a ella). El paco que lo estaba interrogando le dice a mi papá: “yo hace un par de horas atrás tuve a su hija Javiera en mis brazos. Es adorable”. Ahí me enteré yo que me tuvieron en la cárcel para torturar a mi papá.
(Silencio)
“Esto es algo que nunca voy a perdonar al Estado de Chile ni a nadie. Una cosa son los  problemas políticos, la dictadura, pero que metan a los niños en la cárcel para decirle a los padres ‘o hablas o torturamos a tus niños’, es algo imperdonable”, reflexiona.
“Antes eran puras ráfagas de imágenes y no podía entender por qué. ¿Cómo pueden amenazar con torturar a una guagua? Yo sé que mi papá soportó la tortura física, pero a un hijo”…
Brotan algunas lágrimas, emocionada dice: “Mi primer pensamiento fue: “¡ah, entonces por culpa mía es que te metieron en la cárcel! Porque de no haber estado yo, tú no hubieses hablado. Mi papá me dice: “no hija, de no haber estado usted, me hubiesen matado”.

EL PADRE ACUSADO DE ASESINATO


- Tu papá está en Finlandia porque fue acusado de un asesinato. ¿Qué pensaba Javiera de niña y hoy como adulta?
- Sólo llegué a saber del caso en particular cuando ya estaba en Finlandia. Debo haber tenido 14 ó 15 años.
- ¿Supiste o preguntaste?
-Cuando empezó a ser más común internet, me metí solita a buscar la información y ahí me enteré. Después le pregunté a mi papá y él siempre me contó todo.
“Mi papá nunca me ha ocultado que fue militante de MIR, nunca me ha ocultado que le decían el “Coyote” en la cárcel, y de hecho me decían “Coyotita”. Sé que estuvo en Cuba un año entrenándose para la lucha clandestina en Chile, que usaba armas, que había disparado armas”.
“No pienso que mi papá es un santo, que es perfecto. Tiene defectos como todas las personas. Que usó las armas, sí, pero hasta que no vio que era absolutamente necesario. A mí siempre me han enseñado que la violencia tiene que ser la última, pero la última opción. Y si él tuvo que andar con pistola en mano es porque sintió que no tenía otra y se habían acabado todas las posibilidades de luchar contra dictadura. Eso a mí me quedó clarito”.
- ¿Y sobre su participación en el asesinato de Carol Urzúa?
-Mira, si es verdad, sé que no lo mató, que de disparar directamente, él no fue. Si ha participado en el asesinato de Carol Urzúa, en su caso, yo hubiese hecho lo mismo. Hubiese tomado la justicia en mis propias manos, ya que el gobierno hacía lo hacía.
“No sé, el tema es difícil, porque igual la vida es sagrada. Me duele saber que igual se asesinó el padre de alguien, el hijo de alguien. Pero ¿y los que asesinaron a los padres e hijos de nuestro lado, ellos pensarán en lo mismo?”
“Aunque hubiese disparado él, ya ha cumplido con el castigo. Lleva 19 años en el destierro, 9 años en la cárcel y tuvo todos estos años clandestino y como 9 años en el exilio (tras el golpe de Pinochet, estuvo en Viena y luego en Cuba). A eso voy yo: no pienso que mi papá es un santo, tampoco compro así no más todo lo que se hizo del lado de la izquierda. Si ha sido culpable de delito, han sido pagados con creces. Pero y los otros, ¿han sido castigados por sus crímenes, todos los que torturaron y a todos los que mataron?”.
- Tu papá, de no haber conmutado la pena en 1992, habría seguido preso. Una gran parte de los condenados por asesinatos durante la dictadura, están en cárceles especiales como la Punta Peuco o Penal Cordillera
-Cárceles especiales, ¿qué significa eso?
- Son cárceles especiales para militares condenados por crímenes en dictadura. Tienen más espacio y no están mezclados con reos comunes.
-He pensado mucho sobre eso porque en Finlandia hay un montón de problemas sobre las cárceles porque dicen que son demasiado cómodas para los presos. Si están en la cárcel, son privados de libertad, yo más allá no entro, ni condeno. Y mi papá tuvo televisión y tuvo computador, pero no estuvo libre.
“Parte de mí quiere decir que sufran lo mismo que he sufrido yo, que ojo por ojo, diente por diente. Pero otra parte de mí dice que si  son privados de libertad, es suficiente, porque eso es muy duro. Durante mi vida he aprendido a valorar la libertad, que tengan todas las televisiones que quieran. Si no están libres, no están libres no más”.

LA SEGUNDA GENERACIÓN

Imagen foto_89453Javiera detiene su relato para explicar la razón para aceptar una entrevista con su historia en profundidad: “Hay todo un tema de los hijos de presos políticos, ejecutados políticos, de detenidos desaparecidos, torturados, de personas que están en el destierro. Yo les digo que son la segunda generación, que no tiene tanta voz. Porque se habla de los detenidos, los ejecutados, los detenidos desaparecidos ¿y los hijos?”.
Explica que no se trata de su experiencia aislada. Ella sabe de jóvenes que se han suicidado, tienen problema con la droga, anorexia o bulimia, “todos síntomas de la niñez de mierda que tuvimos que vivir”.
No es falta de amor –agrega. Ella siempre se sintió amada por sus padres, contenida por su entorno y familia, “pero nunca nadie pudo controlar el miedo que tenía todos los días al preguntarme por el momento en que me van a llamar y me van a decir que a mi papá lo mataron. Todo el amor del mundo nunca me sacó de esa idea. Y todavía tengo pesadillas sobre eso”.
Quiere poner un foco en este proceso, con respeto, pero también poniendo las cosas en su lugar. Relata un momento en 2007 cuando se realizó en Viena (Austria) una conferencia de segunda generación de refugiados a la que asistió con su padre. Pero no fue lo que esperaba.
“Entiendo  que ellos (primera generación) tiene un montón de traumas. Estaban allí, hablaban y se ponían a llorar y todo, terrible, y eso lo entiendo. Llegaron y se pusieron a gritar Chi chi chi le le le y yo ¿qué?.. se supone que esto era un encuentro de la segunda generación”.
Ya sabía que necesitaba su propio espacio, entró a un taller y nuevamente lo mismo. “Ellos decían: para sanarnos tenemos que empezar escuchando a la primera generación  (con voz marcada, de ironía). ¿Por qué, si nos hemos llevado escuchando a la primera generación toda nuestra vida? No po, ya, córtenla”.
Luego, se juntó con otros que pensaban similar, entre ellos la terapeuta Marcela Gómez, parte de la segunda generación, y trabajaron sobre ellos. “Ahí empecé a escuchar que no soy la única que tiene esta experiencia. Soy una de las más jóvenes, porque nosotros llegamos a Finlandia en 1992, cuando Chile se suponía que estaba en democracia. Todos los demás tenían 30, incluso más de 40 años. Pero es la misma cosa”.
Entendió que podía decir que no, callar y dejar de exponer su historia como bien público.  “Empecé a vivir mi vida ya no como hija de preso político, no con mi vida como algo público, sino como Javiera no más y se acabó la cosa. Empecé a conocer gente solamente siendo yo”.

EL PASO POR CHILE

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Se movía con destreza en en la Cárcel Pública, apredió sus códigos y también a divertirse. Foto gentileza de J.Marchant
A los 16 años se fue a vivir sola, a Tampere, una ciudad a muchos kilómetros de sus padres. Sola, subió 40 kilos y comenzó su batalla contra la comida, su forma de evadirse. Llegó a pesar 130 kilos. Estuvo internada varias veces, la última en 2011, cuando su padre le dice que vendrá a Chile. Pero ella antes ya estuvo en nuestro país.
 “Vine a Chile en el 2006 cuando tenía como 24 años, sólo con pasaje de ida. Me había planteado la idea de vivir un tiempo acá. Averiguar si quería vivir en Chile o no. Sola.
Primero llegué donde mi abuela materna. Viví con ella un par de meses, luego arrendé una pieza cerca de Ñuble, pero ligerito me di cuenta que quería volver a mi casa.
- ¿Qué pasó, Chile te desilusionó?
- Cuando llegué a Chile quise ver la posibilidad de ver si podía estudiar acá, pero por razones burocráticas era muy complicado, la homologación de estudios, etcétera. Me puse a buscar trabajo y me impactó que todos los días, de alguna manera, tenía que justificar mi existencia. En ese momento pesaba como 130 kilos, soy grande, obesa me decían. Tenía 23, 24 años con 130 kilos y no me escondo, no pido perdón por ser gorda. Me niego a vestirme con ropa que me tape todo.  
“Cuando llegué, una prima me tiene un  folleto sobre el by-pass gástrico, porque tenía que adelgazar para conseguir marido. Yo dije: ¿qué? Por supuesto que no, cómo se les ocurre, estamos en el 2006. Me molestó, además de explicarlo, tener que  ser abierta con mi sexualidad, lo que era chocante porque todos se asombraban sobre cualquier cosa que hablaba. Me pregunté si estaba en el lugar equivocado, no sé qué pasaba. Tampoco logré encontrar amistades. Tenía mis amigos de la niñez, pero con  intereses completamente diferentes a los míos. La actitud de la gente la encontraba tan rara".
- ¿Te sentiste rechazada?
-No, no era la sensación de rechazo. Creo que para mí el shock cultural fue más grande, que el choque que experimentamos cuando llegamos de Chile a Finlandia el 1992.
Se cayó y esguinzó una mano. Le robaron y quebraron la otra mano. No consiguió trabajo y se preguntó si la razón era su gordura. Se sentía capacitada, hablaba varios idiomas, es muy buena en computación y tiene experiencia con servicio al cliente. Decidió regresar a Finlandia después de 6 meses. Cuando llegó, todo empezó a cambiar para ella.
- ¿Qué cambió en tu regreso a Finlandia?
- Hasta entonces, todos los años que estuve en Finlandia, estaba como un castigo. Fui allá porque a mi papá lo obligaron a salir del país, entonces nuestra estadía allá era una continuación de la cárcel. Sigue siendo igual para mis padres, pero para mí, desde el 2007, vivo en Finlandia porque quiero vivir allí. Tomé esa decisión y lo cambió todo. Desde ese día inició un proceso que aún continúa, donde yo tomé mi destino en mis propias manos y dije: se acabó la hueá.  

LA VUELTA CON EL PADRE


- ¿Qué pasa contigo cuando tu padre decide ingresar a Chile después de 19 años y faltando 6 para cumplir la condena?
Silencio, se toma un poco de tiempo para responder.
-Me da risa porque en un  montón de diarios ha salido que mi papi quiere volver a Chile porque una de sus hijas, como si tuviera muchas (es la única), está gravemente enferma. Quiero que me pregunten de qué estoy enferma, porque yo les quiero responder que estoy enferma de la dictadura y de la cárcel. De eso estoy enferma.
- ¿Una de las motivaciones de tu padre para regresar fue tu salud?
-Sí, una de las motivaciones es esa. En agosto de este año, cuando yo estaba en el hospital internada, me dice, hija, me cansé, voy a Chile, voy a intentar volver. Yo respondí, muy bien, pero voy contigo. Por supuesto, me dijo, eso es lo que le venía a preguntar.

Su voz cambia y el énfasis de sus palabras casi parecen entonadas por una niña.

“Desde que soy chica, quise tener la experiencia de mostrarle a mi papá una calle: “mira, en esta calle me saqué la chucha un montón de veces jugando. ¡Mira papá, allá yo iba la colegio! ¡Mira papá, allí viví yo! Eso”.

En  Finlandia, Javiera está dedicada a escribir un libro, gracias a una beca. “Eso es lo que yo hago, escribir. No porque sea entretenido, es una necesidad y me duele hacerlo, cada vez que escribo algo lo siento, lo vuelvo a vivir. Quería sacar testimonios de un montón de gente, quería empezar por mi abuela, pero no alcancé. No alcancé y no alcancé no más”.

“Me vine con mi papá y mi mamá y mi hermano Juan Manuel llegaron una semana después. Mi mamá tenía que llegar el 3 de diciembre, un martes, pero hubo un problema en Londres y llegaron el día siguiente, lo que fue muy fuerte, porque si hubiera llegado ese día habría alcanzado a ver viva a mi abuela, su madre”.

Chile los recibió con la noticia que más se teme cuando se está lejos de los seres queridos, la muerte.“Mi abuela murió a las 12 del 4 de diciembre y mi mamá llegó como a las 15.30 horas de ese día. Fuimos a la morgue a vestir a mi abuela y allí nos encontramos todos”.

Javiera está en Valparaíso escribiendo su historia, que es también la de su país y su generación, avanza con al pena de no tener a su abuela. En febrero regresa a Finlandia con una de las experiencias más importantes de su vida, “caminar las calles de Santiago con mi padre” y darse cuenta que conserva el mismo andar lento y cuidadoso al cruzar la calle que en cualquier otro lado del mundo. “En Chile tampoco le gusta cruzar la calle si hay luz roja”, dice riéndose.
FUENTE: ENTREVISTA DADA A :

La Nación

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